Abstract
La práctica pedagógica es el termómetro que esclarece la realidad del aula, revelando inequívocamente la relación de compromiso (o la falta de él) del educador con sus estudiantes y con la educación. Nótese que no usé la palabra “involucramiento”, pero sí “compromiso”, pues la primera denota una relación superficial, “un entregarse por la mitad”, “un jugarse” sin creer verdaderamente en su misión, en sus efectos reales para la transformación del hombre y del mundo; “para conformar el sentido de la obligación que la docencia conlleva”. La segunda palabra por la cual personalmente tengo preferencia, infiere la acción concreta de “abrazar la educación totalmente”, de “rendirse a ella”, no sólo por el sentido de la obligación de la profesión o por el significado literal que la propia palabra “compromiso” trae consigo, sino porque establece una perennidad que es la fuerza motriz del pensar y vivir de la educación.